Mazinger Z dirige el tráfico en el Congo

Kinshasa es la capital de la República democrática del Congo, una ciudad con más de once millones de habitantes donde la población crece a un ritmo exorbitado acompañada por un urbanismo caótico e infraestructuras carentes de mantenimiento.

Entre esa muchedumbre desorganizada, la clase media comienza a surgir y con ella crece el parque móvil, hasta hace poco inaccesible, formado por añejos coches y motos que cumplen la función de taxis y transporte de mercancías, más que de vehículos particulares.

La suma de una población exorbitada, infraestructuras deficientes y poca o nula educación vial, atascos y accidentes de circulación son el día a día de la ciudad y sus habitantes. Los avezados conductores -que pueden pagar por un carnet- se ponen a los mandos del creciente número de vehículos desconociendo e ignorando a partes iguales el código de circulación.

La planificación del tránsito es, sin duda, otra de las asignaturas pendientes en la larga lista de un país que no acaba de emerger. Carriles y sentidos de circulación aparecen y desparecen en función del grueso de vehículos que transita por una misma calle, y ceder el paso o mirar al incorporarse son prácticas desconocidas en la jungla de asfalto.

Los atascos, tónica habitual en el día a día de Kinshasa, han llevado a que los coches fúnebres luzcan sirenas similares a las de la policía para evitar que los cadáveres comiencen su proceso de descomposición antes de llegar al cementerio

Ante esta situación, en 2013 las autoridades de Kinshasa optaron por dar un paso hacia el futuro, o hacia el pasado –según se mire- y recurrieron a unos agentes de movilidad mecánicos con cierto parecido a Maziger Z –robot protagonista de unos dibujos infantiles japoneses de los años 80-.

Los colosos de acero, de 2,5 metros de alto, están equipados con luces rojas y verdes en el pecho, los brazos y las piernas, que cumplen la función de un semáforo, y cuentan con mecanismos que le permiten girar sobre su propio eje y realizar ligeros movimientos con las extremidades para dirigir el tránsito e intentar poner algo de orden en el caótico tráfico congoleño.

Los ‘androides’ se alimentan de energía solar, y cuentan además con cámaras en los ojos que envían imágenes del tráfico en tiempo real a la central de control y vigilancia de la policía de Kinshasa. El robot habla cuando se pone verde indicando a los peatones que es el momento de cruzar.