Este año hará 30 años de la trágica muerte de Ayrton Senna en Imola. También del fallecimiento de Roland Ratzenberger en el mismo GP o del grave accidente de Karl Wendliger en Mónaco.
No espero una rápida decisión sobre el futuro piloto de Mercedes, el hombre que debe sustituir a Lewis Hamilton.
Flavio Briatore me explicó un día que perder un gran piloto era un grave problema, pero lo verdaderamente dramático sería perder un gran ingeniero.
Hay un dicho en el mundo de las carreras y de la competición en general que dice que un piloto “no puede decir no a Ferrari”. O una segunda versión de lo mismo: “un gran campeón no es completo si no ha corrido alguna vez para Ferrari”.
Durante la pandemia se hizo viral la canción ‘Resistiré’. Fue en cierta forma el himno de apoyo y agradecimiento a los sanitarios. Podría ser, ahora, el mensaje que transmita Carlos Sainz a sus seguidores. Sobre todo como una frase: “soy como el junco que se dobla, pero siempre sigue en pie”.
Mi señora sostiene que cuando una pareja de ‘socialités’ -es decir de famosillos- resta importancia a los rumores de divorcio “porque seguimos enamorados como el primer día”. Frases como ésta en las portadas de las revistas del corazón son prólogo de ruptura sólo está pendiente de que los abogados ultimen el acuerdo o, cuanto menos, de crisis grave.
John Elkann parece decidido a emular a su abuelo, Giovanni Agnelli. En 1996, Agnelli señaló en la presentación del equipo Ferrari para la temporada que “hasta ahora os he dado todo lo que habéis pedido. Ahora os traigo la única pieza que faltaba: el mejor piloto del mundo. ¡No hay excusas!”.
Fue el 5 de marzo de 1981 cuando se firmó el primer Pacto Concordia. A priori, parecía una victoria de FIA y Jean Marie Balestre que imponían el reglamento técnico de la F1, que prohibía las famosas faldillas aerodinámicas, pero fue Bernie Ecclestone y su abogado, Max Mosley, quienes ganaban la guerra.
No hay más ciego que el que no puede ver. Ni más ignorante que quien sólo se mira al ombligo.
Muchos aficionados, sobre todo los ‘tifosi’ –del Cavallino, claro–, recuerdan el infausto 1980. Aquel año que su piloto, Jody Scheckter, debía defender el título y no tuvo coche para hacerlo. Gilles Villeneuve, su compañero en 1979, no quería conformarse con otro subtítulo, Ferrari debía defender el título de constructores… y sufrió el mayor de los desastres de su historia.
