Jim Clark, recuerdos de un día trágico

Lo recuerdo perfectamente. Aquel 7 de abril, a media tarde, yo bajaba por la Font del Gat recién finalizadas las 6 horas de Barcelona, cuando por megafonía sonó una voz grave: "Lamentamos informar que el piloto Jim Clark, que el pasado domingo corrió en nuestro parque de Montjuic el GP de Barcelona de Fórmula 2, ha fallecido en un accidente en Hockenheim". Quizá la frase no fue exactamente ésta, pero sí su sentido, su mensaje.

Lo recuerdo perfectamente. Yo entoces estaba a la altura del pequeño rasante junto a una fuente que unía Pueblo Español con Sant Jordi, el mismo lugar donde siete días antes había visto pasar al gran Jim Clark con su Lotus… en entrenamientos, porque en la carrera del domingo Jacky Ickx y su Ferrari Dino se lo llevaron por delante en Miramar nada más tomar la salida, en ese Ángulo –que también lo llamábamos así- que es la primera frenada y en la que tantos pilotos de cabeza dejaron sus esperanzas.

Ese año, el Lotus 48 ya iba pintado con los colores de Gold Leaf. Creo que fue la primera aparición de esos colores en Europa. Pero el año anterior, en 1967, le había visto ganar, todavía con los colores auténticos y originales del Team Lotus.

Recuerdo perfectamente que me senté y lloré. Él era entonces mi ídolo. En mi cuarto, tenía una foto suya y de un Lotus 33, y un despiece sacado –creo- de L'Automobile. Mi primera miniatura de colección fue ese Lotus, con sus colores British Racing Green y la franja amarilla central ancha, con su V8 Climax a la espalda.

Yo todavía no había cumplido 17 años. Me las ingeniaba para ir andando al cole y el dinero del bus me servía para comprar Velocidad y Autopista. Y una vez al mes caían L'Automobile y Sport Auto, que vendían en un kiosko de Sarriá camino de la escuela.

¡Me gustaba Jim! Me caía bien Graham Hill y no muy bien Jackie Stewart, los tres grandes pilotos británicos de la época. Clark era serio. Hill, simpatía y diversión garantizada. Stewart, el gran profesional.

Los tres corrían continuamente. Fórmula 1 cuando tocaba, también Fórmula 2 al completo. Carrera de sport, resistencia, 500 millas, Turismos, Rallies, si hacía falta. ¿Acaso descansaban algún fin de semana?

La historia de Clark es indisociable de Colin Chapman. Sólo corrió para él y en todo lo que éste le pedía. Entre ambos había una simbiosis como quizás sólo se ha dado entre Michael Schumacher y Ross Brawn. 

Chapman era genial. Formaba parte de esa época en la que una marca de coches iba asociada directamente a su responsable técnico, en ese caso además propietario.

Las veces que he ido a Hockenheim, no he querido ver el monolito que recuerda el lugar donde falleció, ya en el bosque –hoy una zona desaparecida del trazado-. Como tampoco he querido visitar la tumba de Senna en  Murumbi. Prefiero recordarlos a plena velocidad, domando máquina, aire y asfalto, como levitando, dejando deslizar el coche sin derrapar, como si bailaran un ballet. Lo más elegante que he conocido al volante. Y también sus cuidados modales: parecía imposible pensar que era un granjero allá en su Escocia natal. Escocés y orgulloso de serlo: en las grandes ocasiones no dudaba en vestir el 'kilt'.

Quizá por eso, cuando comencé a correr, me compré el casco más parecido al suyo que encontré, aunque no era Bell. No fue algo consciente, pero salió así.

Ahora recuerdo muy bien esa época. Cuando los circuitos urbanos rivalizaban con los permanentes, cuando los trazados de carretera como Spa-Francorchamps, Charade, Rouen o Reims eran lo habitual. Y cuando no había casi raíles, sólo en los circuitos permanentes y en unos pocos puntos, mientras los urbanos se inclinaban por las balas de paja.

Y donde al ruido de los motores y la sensación de riesgo, dos elementos hoy ausentes, se unía otro elemento clásico e imprescindible: el olor de ricino. Porque el aceite de ricino era empleado para lubricar las partes más delicadas de los motores e incluso en las motos de dos tiempos se mezclaba con la gasolina a este efecto.

No voy a extenderme más, no es mi intención hacerlo. Pero hay historias que, de vez en cuando, uno necesita aflorar y recordar. De cuando los pilotos no sólo eran hábiles al volante sino que eran 'hombres', cercanos a todos, y 'héroes', 'caballeros del riesgo'.