Almacén F1

You are the One

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José Miguel Vinuesa
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14 Feb 2017 - 19:58

Fue sin previo aviso. Estas cosas no se eligen, no se planean, tan sólo ocurren. Detrás de aquel cristal eras una suma increíble de formas, de colores y sonidos que llegaban mezclados con voces que ya no escuchaba. Sólo existías tú, de repente. Era difícil asimilar el por qué de tu atractivo, y no podría explicar ni siquiera hoy aquella emoción tan intensa, aquella impresión arrebatadora que recorría mi cuerpo.

Con la mirada fija en ti, queriendo captar en la brevedad de tu presencia la esencia de tu ser, eso que te hacía y te hace tan irresistible. Intentando entender el por qué de tus ausencias por tantos días hasta que volvías a aparecer tras aquel cristal en el mismo lugar, tan coqueta, tan exuberante. Seductora como eres.

¿Cómo te llamabas? ¿De dónde eras? ¿Qué clase de misterio escondías? Yo sólo intentaba conocerte, descubrir tus secretos y lo que hasta entonces eran rutinas desconocidas en tu comportamiento. A fuerza de ser paciente, de olvidar el mundo en tu presencia, de soportar tus silencios mezclados con tímidos rechazos, conseguí que me concedieses aquella primera cita. 

Y entonces, viniste pura.

Eran los colores de tu vestido. Era la armonía musical de los matices de tu voz. Era la manera en la que jugabas con las curvas de tus tirabuzones. Era tu perfume embriagador, intenso, de los que no se olvidan. Eran tus gestos en un viento que te empeñabas en cortar, caprichosa y juguetona, haciendo que el tiempo pasara en un suspiro. Era tu manera veloz y resuelta de decidir las cosas. Eras el mayor espectáculo de este mundo, imposible de atrapar, imposible de repetir. Ante mí. Para mí.

Recuerdo los latidos de mi corazón aquél diez de mayo a las 14:01, cuando te acercabas desde la lejanía y pasaste delante de mí como una exhalación, ignorándome con descaro para volver a pasar poco después, y otra vez luego. Jugando con mi deseo, susurrando a gritos en mis oídos, que no pudieron borrar el eco de tus palabras en varios días. A veces cierro los ojos y aún revivo ese momento imborrable en el que ya no había un cristal que nos separase. Estabas delante de mí. Eras por fin mía.

Con el paso de los días y los años, me enseñaste tu pasado, aquella infancia en blanco y negro en la que te comportabas como una loca irresponsable que jugaba en la cuerda floja con los peligros de este mundo, casi haciéndote la impasible frente al riesgo. Los años rebeldes trotando por el mundo para conocer lugares remotos. O esas fotos en las que ibas añadiendo complementos a tu vestuario. Había faldas tan cortas que aceleraban el aire a tu paso. Pero tu esencia seguía siendo pura.

De repente, casi sin darme cuenta, era tuyo. Incondicionalmente tuyo. Con tus vestidos verdes, rojos, amarillos, naranjas, azules, negros, blancos. Con los cambios en el tono de tu voz, más grave o más aguda, más dulce o severa, muestras transparentes de tu humor. Pero también podías ser cruel, arrebatándome cosas queridas como si no te importara, rompiéndome el corazón. Pero siempre ha sido fácil perdonarte, volver a la vorágine de tu esencia indomable. A veces también me cuesta soportar tu quirúrgica complejidad, con tus manías controladoras que encorsetan la espontaneidad de las cosas, la creatividad.

Pero entonces, sacas a relucir el poder tu elegancia en unas vacaciones por la Costa Azul, o tu risa loca y vertiginosa en algún parque de Italia, o tu espíritu desafiante y aventurero en las montañas belgas para provocarme vértigos, y no puedo resistirme. No puedo aunque te empeñas en forzar mi paciencia citándome a horas extrañas, de madrugada, a veces sin dejarme ni dormir. Hay días en que decides que hay que hablar justo a la hora de comer, y así estamos, mirándonos con el tenedor en la mano hasta que tú decides que ya se ha acabado.

Aunque cambies, aunque cojas algunos kilos o adelgaces, aunque a veces grites y otras  susurres, sigo viéndote como la primera vez. Con tus mil caras, tus mil formas, tus mil maneras de mantenerte eternamente joven y radiante. Y sí, me quejo, protesto ante tus cosas absurdas, a veces de niña consentida, pero al final sonríes con esa picardía de quien se sabe infinita, me citas para otro día, y acabo acudiendo adonde quiera que estés. Ni puedo ni quiero cambiarte, porque eres perfecta en tus imperfecciones. Como lo fuiste el primer día. Y el último.

Nada se compara a ti.

Querida F., "you are the One".

2 comentarios
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15 Feb 2017 - 08:57
No se merece ese amor, jamás te corresponderá.
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