Almacén F1

Richard Seaman: el primer inglés en Mercedes

Porque antes de Hamilton o Moss, Seaman sacó brillo a la estrella de tres puntas
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José Miguel Vinuesa
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19 Ago 2015 - 11:57

No es un lugar pomposo con un gran derroche decorativo, sino una sencilla lápida en el cementerio de Putney Vale, en Londres. Sin embargo, pese al tiempo transcurrido, pese a no quedar familiares directos, la tumba está cuidada con esmero. Es el lugar de reposo de Richard John Beattie Seaman.

Dick, como le llamaban, nació en el seno de una familia adinerada, y ya desde la niñez el Daimler familiar le generaba el más absoluto interés. Los coches eran una fuente de pasión para el pequeño, para el adolescente, y lo serían para el adulto. Pero los padres no eran proclives a alimentar dicho interés. Aún así, decidió en 1934 (a los 21 años) dejar sus estudios en Cambridge para dedicarse de pleno a las carreras, pese a que el padre se oponía frontalmente, aunque la madre, que tampoco estaba de acuerdo, extendía generosos cheques a su hijo para que adquiriera automóviles con los que competir: un Bugatti de dos litros, un MG, un ERA…

Con ellos, obtuvo interesantes resultados en carreras de voiturettes (hasta 1.500 cc) ya desde el principio de su participación en eventos internacionales. Así, ganó en su segunda carrera, el G.P. de Suiza para voiturettes disputado bajo una intensa lluvia, a los mandos del MG. Por desgracia, la victoria quedó doblemente empañada, primero por la muerte de su compañero de equipo Hugh Hamilton; la segunda, porque las noticias llegaron erróneamente a Inglaterra, dando a Hamilton como ganador y a Seaman por fallecido, lo que habría provocado un infarto en su padre, que al poco tiempo falleció.

Pese a todo, Dick siguió su camino en las carreras. Había observado la perfección de los coches alemanes en aquellos Grandes Premios en los que compartían cita, y no podía sino maravillarse y desear correr algún día para ellos. Pero para recibir la llamada de un equipo como Mercedes o Auto Union, uno tenía que poner en la palestra una especial valía, además de superar el muro de la nacionalidad.

En 1935, formando parte del equipo oficial E.R.A., Richard empezó a demostrar su capacidad, consiguiendo tres victorias (siempre en la categoría voiturette), pero fue en el año 1936 cuando el valiente piloto inglés despertó el interés de los equipos de Gran Premio. Y lo hizo de una manera absolutamente estrambótica. Cansado de los fallos del británico E.R.A., y siguiendo los consejos de su mecánico personal, el muy competente Giulio Ramponi (había sido piloto y trabajado en la gran Alfa Romeo), adquirió un coche de casi 10 años de edad: un Delage 15S8 que compraron a Earl Howe. Ramponi se puso manos a la obra, consiguió los planos del coche, así como algunas piezas de repuesto, y modificó sustancialmente el monoplaza. El resultado, pintado en un intimidante color negro, fue una máquina invencible que dio a Richard Seaman el dominio incontestable en la categoría, con un coche anticuado, pero con una gran manejabilidad y escaso consumo (lo que permitía menos paradas en boxes), puesto a punto por un gran mecánico y guiado por un piloto cuyo valor al volante era ya admirado por todos los observadores.

Y entonces, un telegrama lo cambió todo. Era de Mercedes, y citaban a Seaman en Noviembre para la tradicional prueba en el Nürburgring en busca de jóvenes talentos para el equipo junior de la marca de Stuttgart. La madre de Dick se opuso frontalmente ante la remota posibilidad de que su hijo fuera a pilotar un artilugio fruto del nazismo. Pero pese a las connotaciones políticas, y tras meditarlo con calma y escuchar los consejos de sus más allegados, Richard no tenía otra opción, porque uno nunca sabe cuándo puede volver a llamarte un equipo tan poderoso como Mercedes. Se fue a Alemania, y entre los treinta pilotos llamados a los test, impresionó al director de carreras de la marca de la estrella, Alfred Neubauer, que eligió al piloto “con un talento real” y al alemán Christian Kautz. El contrato provisional se firmó en diciembre, a la espera de la aprobación personal de Adolf Hitler, que la concedió, advirtiendo las por entonces buenas relaciones con Inglaterra y la excelente propaganda que un piloto extranjero podía dar. Definitivamente, en febrero de 1937, Richard Seaman pasó a formar parte del equipo Mercedes de Gran Premio.

Sus resultados fueron muy decentes con el Mercedes W125, siendo la mejor actuación la de la Copa Vanderbilt, en Nueva York, logrando el segundo puesto tras el Auto Union de Bernd Rosemeyer. Ese año no cometió errores, mostrándose como un piloto rápido y fiable, además de ganándose la simpatía de los miembros del equipo por su sencillez y cercanía. Pese a ser extranjero, “Der Engländer” era uno más de la familia Mercedes, y había fijado su residencia en Alemania.

Aún así, para 1938 sólo iba a ser piloto reserva. En los primeros meses del año no pudo competir con el nuevo modelo, el W154. Además, empezaba a sentirse incómodo con la política que estaba llevando a cabo Alemania, haciendo algún comentario sarcástico al respecto. Y sin embargo, en Junio, los sinsabores de ese medio año se apaciguaron cuando conoció a Erika Popp, hija del presidente de BMW. El flechazo fue mutuo. Y como si con el brillo del amor en su vida la suerte cambiase, recibió la noticia de que en Julio tomaría parte en el G.P. de Alemania, la carrera más importante del año para su equipo.

Allí estaba, en su Mercedes W154 marcado con el número 16, recorriendo las curvas del archiconocido circuito de Nürburgring, templando su ímpetu y su afán por sobresalir para no cometer un error que pudiera hacerle caer en desgracia. Pero a la vez, exprimiendo la oportunidad, tratando de demostrar que estaba sobradamente capacitado para competir a primer nivel. El tiempo de clasificación le dio un respiro: 10m 01’2 segundos, tercero, primera línea. Por delante del gran Caracciola, y sólo por detrás de von Brauchitsch y Lang, sus otros compañeros. Claro que, para la carrera, las órdenes de Alfred Neubauer eran claras y severas: nada de luchas entre miembros del equipo. Debía tratar de ponerse en cabeza si quería tener una oportunidad.

El sistema de salida falló, al no cambiar las luces a verde, y fue un caos para toda la parrilla. Lang se puso primero, seguido por Nuvolari (que se estrenaba a los mandos del Auto Union) y luego estaba Seaman, que raudo adelantó al italiano en la primera curva para colocarse segundo. Antes de acabar la primera vuelta, los cuatro Mercedes mandaban en la carrera. La tribuna estalló en aplausos al paso de Lang, Seaman, Caracciola y von Brauchitsch. Este último comenzó a remontar, pasó a Caracciola y empezó a presionar a Seaman, que a su vez había recortado distancias con Lang. Pero Lang tuvo problemas, viéndose obligado a parar en boxes, siendo von Brauchitsch quien tomó el liderato al haber superado a Seaman. El inglés no se daba por vencido, y trataba de atacar a su compañero, con Caracciola descolgado al sentirse mal. Al parar en la vuelta 7 von Brauchitsch en boxes, se quejó de que Seaman le estaba presionando demasiado. Cuando este paró en la vuelta siguiente, cediendo el efímero liderato, fue advertido por Neubauer: debía mantener su posición.

Von Brauchitsch se escapaba con un ritmo superior. No, Seaman no se quedaba demasiado atrás, pero toda posibilidad de presionar quedaba descartada. Debía, al menos, quedar segundo, demostrar su valía como piloto y como jugador de equipo. Pero entonces, en la vuelta 16, tanto su compañero como él entraron a repostar y cambiar neumáticos. Sentado en su Mercedes, Dick miraba hacia adelante, a Manfred, al líder, a la victoria tan cercana y lejana al mismo tiempo. Los mecánicos trabajaban en su coche cuando una enorme llamarada de fuego le calentó el rostro y deslumbró su mirada. ¡Era el coche de von Brauchitsch!. Un poco del combustible se había derramado, y al arrancar el motor, ardió. Los mecánicos trataban de sacar a Manfred, incluso Neubauer se movía alrededor de las llamas. Dick miraba con incredulidad al frente, a su box, otra vez al frente. ¿Por qué no le hacían seguir?. Sí, Neubauer agitó la bandera, arrancaron su motor y lo enviaron a la pista. ¡Era líder!.

Mientras Seaman aceleraba como un poseso por el trazado, von Brauchitsch había sido rescatado y apagado el fuego. No había lesiones, así que Manfred se subió a su semicalcinado Mercedes e inició la persecución al inglés. Pero en su impetuoso intento, “Die Pechvogel” se salió a 200 km/h, y tuvo suerte de salir ileso. Otra brillante pero desafortunada carrera para el alemán.

Muy por delante, Seaman sabía que su liderato era intocable. Cuidó la máquina durante las pocas vueltas restantes, y en la 22 cruzó la línea de meta como vencedor del Gran Premio y dueño de la vuelta rápida. Ya nadie podría quitárselo. Un inglés volvía a ganar un G.P., y eso no ocurría desde 1924, con Henry Segrave ganando el G.P. de San Sebastián en Lasarte. Sin embargo, una imagen causó revuelo en su país: al recibir los honores, Dick devolvió el saludo nazi. La política estaba causando muchas preocupaciones, y esa fina línea disgustó a muchos. ¿Qué esperaban?. Nuvolari lo hizo en 1935, y Seaman, que además corría para Mercedes, no hizo sino un simple gesto que ni siquiera le gustaba. Poco importa. Había ganado la carrera más importante del año, justo un año después de haberse visto involucrado en un accidente con Ernst von Delius en el que este falleció, y Richard sufrió varias lesiones.

Pese a su gran victoria, tardaría un mes en volver a correr. Sería en el G.P. de Suiza, en Bremgarten. Richard hizo una soberbia pole, y lideró la carrera durante 11 vueltas. Su clase estaba fuera de toda duda. Pero las condiciones climáticas cambiaron, y bajo una torrencial lluvia, nadie pudo plantar cara a Caracciola, “Der Regenmeister”. Aún así, Seaman, que acabó segundo, fue el único que no fue doblado por el tremendo Rudi. El único que mantuvo el tipo con dignidad en circunstancias tan adversas. Estaba demostrando que se encontraba entre la élite del automovilismo mundial, y que podía plantar batalla en cualquier pista y condición.

El año, tras el abandono en Italia, se cerró con un tercer puesto en casa, en el G.P. de Donington. La guinda a un año tan especial fue el matrimonio con Erika en Diciembre, en Londres, sin la asistencia y con la frontal oposición de su madre, lo que supuso cortar los lazos definitivamente con ella. Mercedes le planteó la renovación, y aunque Dick dudó, fundamentalmente por cuestiones políticas, no podía rechazar ser miembro del mejor equipo del mundo.

Los primeros meses de 1939 fueron de dudas, de disgusto con el cariz que estaban tomando las decisiones políticas, y aunque no apreciaba a Hitler, este sí que lo hacía, hasta el punto de que Seaman fue pieza fundamental en un documental sobre las flechas de plata (Mercedes y Auto Union) que el régimen filmó para su propaganda. Una cuestión extraña, la de este inglés en un equipo alemán financiado con fondos estatales.

En la vertiente deportiva, seguía estando en un segundo plano. Marcó el mejor tiempo de entrenos en Pau, pero no participó, como tampoco lo hizo en el G.P. de Tripoli para voiturettes. El W154 de Gran Premio le fue confiado para el Eiffelrennen, pero abandonó en los primeros compases con el embrague quemado. Claro que, en lo personal, la vida era maravillosa con Erika, con quien había disfrutado de unas felices vacaciones.

Y llegó el primer G.P. valedero para el campeonato, el de Bélgica en Spa, previsto para el 25 de Junio. Con satisfacción, Richard recibió la noticia de que correría. Sí, Spa era peligroso, muy rápido, rodeado de árboles a pie de pista. Pero la ambición de un piloto no repara en esas cosas. Puede tomar ciertas precauciones, pero no le frenarán jamás. Y para Dick, cuyo estilo de pilotaje veloz y preciso ya lo habían caracterizado, esta carrera suponía una nueva oportunidad.

La parrilla de salida se conformó por sorteo, una tradición belga que resultaba molesta para los mejores coches, lo que hizo que Seaman partiera en quinta posición. No importaba. Eran más preocupantes las oscuras nubes que se cernían sobre las Ardenas. Los pilotos las miraban, sin poder imaginar que en poco tiempo esa zona sería escenario de una cruenta batalla. Richard las miraba, pero también miraba a Erika, con quien había disfrutado esa mañana en su hotel, haciéndose fotografías para un futuro reportaje en una revista, almorzando, riendo. Estaba radiante. Miró hacia adelante, más allá del panel de su Mercedes W154 número 26. Al frente, una curva en subida, una colina que se adentraba en los bosques. Un circuito que desafiaba a todos los competidores.

La lluvia era incesante a las 13:30, cuando se dio la salida con Farina (Alfa Romeo) tomando el liderato, seguido de Müller (Auto Union), Lang, Nuvolari, Caracciola y Seaman. El Alfa sucumbió al poderío alemán pronto, como Nuvolari y su Auto Union, que fue rebasado por los dos Mercedes de Caracciola y Seaman. La primera posición estaba muy disputada entre Müller y Lang, pero este no encontraba un solo hueco por el que pasar, pese a ser más rápido. Se quejaba de que Müller estaba tapando cada espacio, bloqueándole pese a mostrarle los oficiales las banderas azules. Caracciola y Seaman se acercaban, y en la vuelta 9, un Lang desesperado hizo señas a sus compañeros para pasarle y atacar al de Auto Union. Al fin y al cabo, llovía, y eran Caracciola y Seaman, un enorme piloto en agua y un buen piloto en el líquido elemento. Quizás ellos pudieran con Müller.

Pero para sorpresa de todos, Caracciola no solo no pudo pasar, sino que cometió un impropio error de pilotaje al llegar a la última curva del trazado, La Source. Tratando de adelantar a Müller, perdió el control del coche, derrapó en la hierba y quedó cruzado. El coche estaba intacto, pero parado, y tuvo que abandonar. Ahora era Seaman el que debía atacar al Auto Union. Podía hacerlo. Pero no fue necesario, porque en la vuelta 10, Müller entró a boxes, y Richard pasó al liderato. A partir de ahí, comenzó a volar. Se escapó hasta los 30 segundos de Lang. Su pilotaje era impecable en tales condiciones, demostrando que lo de Bremgarten no fue una casualidad. Pese a su ventaja, seguía corriendo más y más.

Paró en boxes en la vuelta 17, y en la18, al entrar Lang a boxes, recuperó su cómodo liderato, que en la vuelta 20 era de algo más de 30 segundos. No necesitaba seguir forzando a falta de quince vueltas. Pero además de ganar, estaba la necesidad de seguir demostrando su gran valía como piloto, llamar todavía más la atención de los responsables de Mercedes. A sus 26 años, su exuberante juventud le pedía escalar a la cima.

Al llegar al final de la vuelta 22, en la rápida curva de izquierdas que antecedía por entonces a La Source, perdió el control del coche y fue a parar a un árbol en la parte derecha, que golpeó directamente a la altura de la cabina, retorciendo el chasis y dejando a Richard atrapado. El coche comenzó a arder, y tras casi un minuto, pudo ser extraído por los comisarios. En boxes, pasó Lang, pero faltaba Richard. Llegó la noticia del accidente, y el médico del equipo, Peter Gläser, corrió a la curva para asistir a su piloto, incapaces como eran las ambulancias de llegar al lugar. Erika, inmóvil en mitad de la lluvia, recibía la noticia del accidente incrédula.

En el hospital de Spa, Richard despertó. Pidió perdón a Erika por no poder cumplir con su cita del cine esa tarde, y explicó a Alfred Neubauer que la culpa había sido suya por ir demasiado rápido. Sin embargo, las extensas quemaduras sufridas provocaron la muerte de Seaman al poco de pasar la medianoche.

La noticia fue recibida con consternación en varios países. Para Mercedes, era su primera víctima mortal. Dio orden inmediata de colocar una foto suya en cada concesionario, y el día de su funeral, en Londres, asistieron todos los miembros del equipo, así como los de Auto Union. Junto a ello, una enorme corona de blancos lirios llamó la atención: en su cinta, resaltaba el nombre de Adolf Hitler.

Mercedes había perdido una estrella en crecimiento. Los pilotos ingleses volvieron a Mercedes, como Moss en 1955 (¿quién sabe si, como con el francés Levegh, también en parte como publicidad apaciguadora con el pueblo inglés?), y actualmente Hamilton. Los tres, vencedores. Los tres, rapidísimos. Sólo Richard quedó abruptamente frenado en un camino que es difícil saber a dónde le podía llevar. No pudo saber que sus amadas carreras se acabarían en apenas un par de meses.

Dice la leyenda, aunque desde Stuttgart lo niegan, que es Mercedes quien todos los años paga un pequeño canon al cementerio de Putney Vale para que la tumba de Richard Seaman se mantenga cuidada y con flores frescas, para que jamás caiga en el olvido que allí reposa uno de los pilotos que dieron brillo a una estrella.

3 comentarios
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25 Jun 2018 - 14:06
Un placer leer este sentido homenaje al gran Seaman.
20 Ago 2015 - 19:48
Extraordinario artículo. Como siempre. Dejo un excelente vídeo, y de buena calidad, de su victoria más importante. La ya reseñada del XI GP de Alemania del 24 de julio de 1938. Carrera disputada a 22 vueltas, en un trazado de 22.81 km, con lo cual se completaban algo más de 500 km de recorrido. El tiempo del vencedor, "DIck", fue de 3 h 51 min 46 s. - https://www.youtube.com/watch?v=hYxybjekyQ4
20 Ago 2015 - 13:51
Brillante, vibrante y hermoso artículo... Primera vez que leo sobre éste gran piloto, ¡y ya lo admiro! Quizás fue mejor que no viviera los terribles años de la guerra... ¨¿Quién sabe?. Saludos JMV.
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