Almacén F1

Felice Bonetto: Felicidad, nicotina y velocidad

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José Miguel Vinuesa
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21 Nov 2016 - 17:00
No se parecía a ninguno de sus colegas, pero a la vez no era tan distinto. Su porte era duro, con el torso ancho, y sus facciones severas, con un rostro que parecía más envejecido de lo que realmente era, con los ojos hundidos y la nariz prominente. Pero bajo ese aspecto más propio de un estibador de puerto fajado a horas de duro trabajo, se escondía un hombre sereno, agradable y que hacía honor a su nombre. Era Felice Bonetto.

Nacido en Manerbio, Brescia, un 9 de Junio de 1903, parece casi hasta obvio que sintiera interés por la velocidad. Sin embargo, su infancia transcurrió en Milán, al transferirse su padre, que era jefe de estación de tren, a esa ciudad. No, Felice no provenía de una familia rica, ni acomodada, como algunos otros de la época. Pero a los valientes, y él lo era, ningún muro les impide cumplir sus sueños. Por eso, con 24 años, ya empezó a probarse con las motos, como habían hecho muchos otros. Es 1927, y el joven no desentona, pero tampoco destaca.

Al final, las cuatro ruedas son las que le llaman la atención. Su fuerza en el torso puede serle más útil al volante de aquellas duras máquinas que a los mandos de sutiles manillares. Así que en 1931 debuta en la escalada Bobbio-Passo del Penice a los mandos de un Bugatti 37A que hace estallar a sólo 300 metros de la meta, con dos bielas atravesando el carter. Una masacre derivada del ansia de velocidad.

Se gana una cierta fama de destructor de coches, cosa que es cierta sólo en parte: cuando uno tiene que arriesgar, es más fácil cometer errores o tener un problema mecánico. Aunque es verdad que no consigue grandes resultados, salvo un día de infausto recuerdo. El día negro del VI Gran Premio de Monza de 1933, donde mueren Giuseppe Campari, Mario Borzacchini y Stanislas Czaykowski.  Ese día, Bonetto, con un Alfa Romeo Monza privado, consigue acabar tercero, cerca del ganador, Marcel Lehoux, y del segundo, el talentoso Guy Moll. Es el mejor de los italianos en un día triste. 

Su bagaje previo a la Segunda Guerra Mundial no es bueno. Y su animadversión a afiliarse al partido fascista, tampoco le trae buenas consecuencias. Había estado sobreviviendo con un pequeño taller donde vendía coches que él reparaba, y cuyas ganancias dedicaba a las carreras. Pero en Italia el ambiente es cada vez más tenso, y decide irse a Bélgica, a ganarse la vida y poder correr en paz. Se casó con Liliana Conti, una mujer de buena familia que había actuado como bailarina en La Scala. Porque Felice es un hombre sensible a la belleza de las cosas.

Y cosas del destino, en Bélgica casi acaba fusilado por una acusación de colaboracionismo con los alemanes. La situación era muy seria, pero él sólo vendía coches a los alemanes. Sólo la intervención de algunos buenos amigos le permitió eludir tan brutal desenlace, volviendo a Italia. Y es allí, cuando acabó la contienda, que el mejor Felice florece en las pistas. Tiene 44 años cuando fue contratado por Piero Dusio para correr con sus Cisitalia. Es en la F2 italiana. Y allí consigue victorias, muchas veces ante nombres ya ilustres, como Varzi, o que lo serán, como Ascari. Pero su mejor año es 1948.

 

 

Y ahí está, la imagen clásica de Felice Bonetto, con el cigarrillo en la boca (era un fumador empedernido, y otras veces corría fumando con pipa), cruzando su Cisitalia D46, el cuerpo erguido, la mirada puesta en el lugar al que va al coche, sin las gafas puestas, con las ruedas cruzadas al máximo. Elegancia, estilo, belleza, ademán impasible. Una imagen que resume el estilo de Felice, que ese día, en el Circuito de Mantua, gana con solvencia. Sí, le faltaba la consistencia y el talento de los mejores coetáneos, pero en un día dado era tan bueno como ellos. Y si no, su pilotaje era al menos bonito y espectacular.

Sus resultados atrajeron la atención de Enzo Ferrari. Y algo dirá de Felice el que fuese el primer piloto que contrató "Il Commendatore" para correr en F2, F1 y Sport. Porque sí, la polivalencia era una característica de la época, necesaria para ganar el sustento, necesaria para saciar el apetito de competición. Los resultados fueron buenos, proclamándose campeón de Italia de F2, y obteniendo un segundo puesto en la Mille Miglia en pareja con Clemente Biondetti. Pero sorpresivamente, a final del año fue despedido. El problema de Felice no era la valentía, pues le sobraba, sino la velocidad pura, que no era tanta como la de los demás. Lo suplía, o lo intentaba, con arrojo, pero eso a veces tenía consecuencias que se traducían en malos resultados. Una lástima, de cara al campeonato de F1 que estaba a punto de comenzar.

Es en Alfa Romeo donde encuentra acomodo, pero no para el campeonato de monoplazas, sino para la temporada de Sport, donde consigue algún discreto resultado, como la victoria en la carrera de Oporto. Pero él corre en F-1, con un Maserati 4CLT de la Scuderia Milano, logrando un quinto puesto en el G.P. de Suiza, en el temible y rápido circuito de Bremgarten. Será su único resultado positivo. Sigue con Alfa Romeo, porque sería de locos abandonar el barco de la casa milanesa. Y le llega la oportunidad en F1 a finales de 1951.

Felice no es Fangio, y lo sabe. Y no pretende serlo. Y sin embargo, hace una gran amistad con el argentino, prueba quizás más que suficiente del tipo de carácter que tenía. En esas cuatro últimas carreras con la Alfetta 159, consigue un cuarto puesto en Silverstone, un abandono en Alemania, un tercero en Italia, y un quinto en España. Acaba octavo en el campeonato. Pero Alfa Romeo cierra sus puertas deportivas, así que a Felice, que no habla nunca de carreras fuera de las carreras, que gusta de una vida sencilla con su mujer y sus hijos Gabriella y Roberto, tiene que volver a buscarse un hogar deportivo. De hecho, el gran lujo que se permite es comprar un televisor para que su familia, quizás, pueda verle en algún noticiario, y para llenar el ocio con los tubos catódicos.

 

 

Felice busca y encuentra. Encuentra a Lancia, y empieza su segunda gran época, con 49 años. Incombustible, adicto a la sensación de dominar un coche. Es 1952, y en Lancia correrá en la categoría Sport. En la F1 tiene que volver a Maserati. Pero es Felice el que tiende una mano a los amigos, también, y consigue que Fangio vaya a Lancia, y corra en Maserati. Ambos comparten tiempo juntos, y el "chueco" lo define como un "audaz y maravilloso corredor". Un señor dentro y fuera de las pistas.

En 1952, Felice participa en la Targa Florio, a los mandos de un Lancia Aurelia B20. Al inicio, fue Giovanni Bracco y su Ferrari 340 América quien tomó la delantera, pero abandonó en la segunda vuelta de las ocho previstas. Era Giulio Cabianca el que heredaba el liderato con su Osca 1350, con Bonetto en segundo lugar. El ritmo del líder era inalcanzable, y se alejaba sin remedio del Lancia de Felice. Faltando dos vueltas, las distancias se acortaron ligeramente. Pero el golpe de efecto estaba por llegar. En la larga recta de Bonfornello, camino de iniciar la última vuelta, Cabianca empezó a escuchar ruidos en su coche. A pleno régimen de giro, lanzado a máxima velocidad, eso no era lo más agradable en la ondulada e interminable recta. Sin más aviso, un semieje se partió y el Osca, dominado por su piloto, se apartó de la carretera. Felice pasó por el lugar. Era líder, a falta de una sola vuelta. Sí, de 72 kilómetros, pero una sola para lograr una victoria en una carrera importante. Su temor era que el consumo, mientras intentaba alcanzar a Cabianca, se había disparado. Y precisamente en Bonfornello, a pocos kilómetros de meta, el motor empezó a ratear hasta que se paró. Dejando ir el coche, divisó a lo lejos el Osca rojo de Cabianca, y acabó parado a su lado. Sin dudarlo, Cabianca abrió su depósito de combustible, y Bonetto hacía lo propio, pasando la gasolina de un coche a otro con un tubo de goma. Una vez realizado, retomó la marcha: seguía líder, y la victoria, pese al susto, parecía ya en su mano. Entonces, una vez pasada la Stazione di Cerda, a pocos metros de la meta, sólo tres curvas en ligera subida, el motor volvió a ratear y se paró. Sin gasolina. El robusto Felice desciende del coche, mientras de un momento a otro podía llegar el segundo clasificado, su compañero de equipo Luigi Valenzano. Empuja el pesado coche con esfuerzo, y rechazando la ayuda externa o sería descalificado. El público enmudece ante el lento avance del Lancia, el silencio cortado por algún grito de ánimo. Vincenzo Florio, bandera en mano, lo observa desde la meta. A veces, aprovecha el motor de arranque para avanzar con más impulso. La meta estaba allí, la victoria, la gloria, inscribir su nombre en una carrera de leyenda. Vincenzo Florio lo observa con silencio y respeto. Y agotando las últimas fuerzas, las ruedas del Lancia Aurelia atravesaron la línea blanca. La bandera cayó. El público rompió a aplaudir. Felice Bonetto, "Il Pirata", había ganado la Targa Florio. Y pese a todo, había batido el record de media establecido por Tazio Nuvolari en 1932. Radiante, pero consciente, supo agradecer a quien le había ayudado: "debo todo a Cabianca. Si no hubiese sido por él, jamás habría llegado. Esta Targa se la dedico a él, que merecía ganarla".

En 1953, las perspectivas son inmejorables: con Maserati en la Formula Uno, con Lancia en los Sports. En F1 los resultados no son brillantes, pero tampoco desastrosos. Es tercero en Holanda compartiendo el coche con José Froilán González, sexto en Gran Bretaña, cuarto en Alemania y en Suiza, en este último caso, compartiendo el coche con Fangio. No es una mala clasificación final, 9º con 6’5 puntos. Su segundo mejor año tras 1951.

Pero los grandes resultados llegan con Lancia. Gana en Lisboa, es segundo en Monza, tercero en la Mille Miglia. En la Targa Florio, durante los entrenamientos, tuvo un accidente frontal contra el Cisitalia de Bignami, que iba en contra dirección. Sin más daños que algunas contusiones en el rostro, lo peor para Felice es no poder luchar por revalidar su título, y demostrarle su valía a Vincenzo Florio, que el año anterior se había quejado de la baja participación en la prueba y del nivel secundario del ganador, pese a que reconocía su gran estilo y caballerosidad. Pero Bonetto siempre miraba hacia adelante, como la flecha negra en su casco blanco.

Llegando a noviembre, aún quedaba una gran carrera rutera, en las que Felice se desenvolvía extraordinariamente. Es la Carrera Panamericana, que cruza México en ocho extenuantes etapas, y valedera para el campeonato del mundo de marcas, que se decidiría allí. El equipo Lancia, que cuenta con los preciosos y efectivos D24, es de lujo: Fangio, Taruffi y Bonetto. Los grandes rivales son los Ferrari, como el de Umberto Maglioli, o el que comparten Luigi Chinetti y Alfonso de Portago. Pero los Lancia D24 son superiores. Y Felice, con el estilo que le caracteriza, toma la delantera en la primera etapa, en cerrada lucha con su compañero Piero Taruffi, mientras que Juan Manuel Fangio compartía con su buen amigo la estrategia a seguir: no hacía falta ganar todas las etapas, había que controlar la distancia. Pero Felice no sabe correr de otra manera que no sea al máximo suyo y del coche. Pese a eso, en las dos etapas siguientes, es Taruffi el que llega primero, aunque Felice sigue siendo el líder. 

 

 

La cuarta etapa, a disputar entre Ciudad de México y León el 21 de noviembre, ve a Bonetto líder, pero con Taruffi a su estela. La lucha es directa, hasta que Taruffi se salió de la pista yendo a parar a unos cultivos, aunque retomó la carrera ayudado por campesinos. Pero Felice no lo sabe. No sabe que Taruffi ya no es rival. Está llegando a la población de Silao. Allí, en la calle 5 de Mayo en su cruce con Esperanza, hay un badén construido para evitar inundaciones por la lluvia. Felice lo sabe,  no es su primera Panamericana. Pero, extrañamente, lo olvida. Mantiene una velocidad alta, y el coche se catapulta, alza el vuelo y golpea contra la cornisa de un balcón. El Lancia D24 rebota, destruye varias farolas, y va a parar a un lado de la calle. Felice está inmóvil. Los comisarios sólo pueden certificar su inmediata muerte, y dado que la carrera continúa y no se puede hacer nada por él, los restos del coche quedan inmóviles en el lugar, con Felice en el puesto de conducción a la espera del paso de los demás participantes. La imagen debía ser terrible, como si de un momento a otro fuera a retomar la carrera, a empujar otra vez el coche. Llevaba el mismo dorsal 34 que en la Targa Florio.

Pero Felice ya no estaba allí. Tenía 50 años. Fangio ganaría la Panamericana sin vencer en ninguna etapa, demostrando que su inteligente estrategia era válida: "al llegar a la neutralización de León, un chico se acercó a mi coche y me dijo que Bonetto había muerto. Eso fue muy fuerte. No es para nada agradable que a uno le digan que un compañero ha muerto cuando hay que seguir corriendo". 

Los restos de Bonetto no volvieron a Italia, donde su familia había quedado en una situación económica precaria. Nunca fueron ricos, y aunque Felice se esforzaba, no era un piloto de primerísimo nivel, en una época en la que correr no era tan lucrativo. Su hijo Roberto, con los años, acabaría siendo un respetado periodista de motor, y director de Quattroruote. Su cuerpo se quedó en México, enterrado en la sección italiana del Panteón Cilvil de Dolores en México DF. La leyenda dice que su corazón reposa en un pequeño monumento erigido en la misma Silao, donde varias placas recuerdan al bravo piloto de aspecto duro, de carácter afable, que, cigarrillo o pipa en la boca, cruzaba el coche desenvuelto, elegante. 

Que al volante era "felice". Felice Bonetto.

 

 

4 comentarios
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23 Nov 2016 - 15:49
#2 @#1 Amigo Telmex. Primero gracias. Pero más importante, qué recuerdos podrás haber recogido de tu ... Ver comentario
Un saludo y gracias por tus articulos, te mando un abrazo saludos.
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23 Nov 2016 - 13:03
Qué bonito artículo. Enhorabuena y gracias.
22 Nov 2016 - 09:11
#1 José Miguel Vinuesa un saludo y como siempre muy buenos tus aportes, yo vivo en LEON Cto como a 25 ... Ver comentario
Amigo Telmex. Primero gracias. Pero más importante, qué recuerdos podrás haber recogido de tu padre de una carrera tan hermosa como la Panamericana. Y es bonito ver que en un lugar como Silao, mantienen vivo el recuerdo de alguien que no era ni siquiera mexicano. Eso es respeto. Un saludo.
22 Nov 2016 - 03:41
José Miguel Vinuesa un saludo y como siempre muy buenos tus aportes, yo vivo en LEON Cto como a 25 kilómetros de Simao y he visto esas placas de la muerte de Bonetto, mi padre me pláticas de esa muerte, a el si le tocó ver la tragedia en Silao, un abrazo te mando
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