1982: Cuando el diablo reparte las cartas

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02 Dic 2013 - 18:07

Una mancha roja que atraviesa la recta principal a velocidad de vértigo. Una lluvia  que no cesa y que descarga con furia sobre el anegado trazado de Hockenheim. Un hombre en la cima de su carrera que huye a toda velocidad de su mayor enemigo. Una grúa que retira los amasijos de hierro. Un perseguidor que ni siquiera existe. Una nueva jornada maldita y son ya demasiadas, incluso para el funesto 1982.

Aquel 7 de agosto Niki Lauda se había negado a salir a rodar, como muchos otros. Tan solo eran unas prácticas de sábado y las condiciones de la pista eran inaceptables. El reglamento establecía que la pole era para el mejor tiempo del fin de semana. No tenía ningún sentido arriesgarse, nadie mejoraría los cronos de un viernes en seco.

Pero él, pese a todo, se enfundó los guantes. Después simplemente cerró la visera de su casco y comenzó a volar sobre un circuito traicionero hasta que el Renault de Alain Prost se cruzó en su camino. La pole position estaba en su poder, la había marcado el día anterior. Dominaba el campeonato del mundo con una ventaja de casi el doble de puntos sobre su gran rival, precisamente el propio Prost. Tenía margen, mucho margen. Pero puede que también un nudo en la garganta del alma. Un lastre que le obligaba a apretar más si cabe el pedal del acelerador para huir del mundo de las sombras, para huir a más de 300 kilómetros por hora.

El hombre que pudo reinar también tenía nombre y apellido. Como cualquier otro hombre. Se llamaba Didier Pironi y el destino se había dedicado a perseguirlo durante todo el año. Pero jamás se amedrentó, y cada vez que este se acercaba recortando unas décimas, él respondía con bravura, imprimiendo más gas y apartando la mirada del retrovisor. 

Pironi había desembarcado en Ferrari hacía poco más de un año para acompañar a Gilles Villeneuve. Después de dos temporadas en Tyrrell y una en Ligier, había dado por fin el esperado salto a una escuadra de primer nivel. El título se resistía en Maranello desde 1979 y tras varias temporadas en horas bajas, el 126/C2 constituía la gran esperanza para los de Enzo. Sin embargo, ni él ni Villeneuve comenzaron con buen pie campaña del 82 y el francés tan solo acumulaba un punto por ninguno del canadiense antes de llegar a la cuarta prueba, el Gran Premio de San Marino. 

La de Imola fue una carrera atípica en todos los sentidos. Se llegó a hablar incluso de una reunión secreta en el Restaurante del Hotel Olimpia, situado a unos doscientos metros de la curva Rivazza, en la Via Carlo Piscane. Una supuesta reunión francoparlante a la que habrían asistido Prost, Arnoux, Pironi y Villeneuve y que habría sido convocada por Paolo Moruzzi, por entonces organizador del Gran Premio de San Marino. Moruzzi estaba preocupado debido a  la negativa de los equipos ingleses a participar en la prueba luego de que el martes anterior al Gran Premio la FISA hubiese aceptado la reclamación de Ferrari y Renault contra las configuraciones del Brabham de Piquet y el Williams de Rosberg en Brasil. La descalificación de ambos provocó la ira y el posterior levantamiento de los británicos. Williams, McLaren, Lotus y Brabham decidieron boicotear el Gran Premio y desestimaron acudir alegando falta de tiempo para revisar sus ilegales monoplazas. Sin varios de los equipos más emblemáticos en liza, era necesario buscar una fórmula para lavar la castigada imagen de la F1 ante los miles de espectadores que se darían cita en San Marino. Cuentan que en aquella cena Moruzzi propuso una carrera pactada: Tras una primera fase en la que los gallos del corral competirían por hacerse con la cabeza, la victoria sería para aquel que llegase como líder a falta de diez giros para la conclusión.

 

 

La carrera comenzó con una espectacular lucha a dos bandas entre los franceses de Renault y los italianos de Ferrari. Pero con la retirada de Alain Prost y René Arnoux a causa de sendas averías en el motor, los monoplazas rojos se quedaron solos en el liderato, por lo que  la Scuderia vio el cielo abierto a falta de 15 giros para el final. Ante una victoria segura, desde el muro apareció el cartel de ‘slow’ que muchos interpretaron como una orden de equipo encubierta que debería otorgar el triunfo a Villeneuve. Transcurridas otras cinco vueltas y a falta de diez, Gilles rodaba en cabeza pero Didier no se detuvo y tras alternarse en varias ocasiones con el canadiense en el liderato, acabó por doblegarlo. Villeneuve estaba furioso. Tanto fue así que renunció a dar la vuelta de honor e incluso tuvieron que convencerlo para que subiera al podio. No esbozó ni una mínima sonrisa. De hecho, jamás volvería a hacerlo. Sabía mejor que nadie lo que era obedecer órdenes en Ferrari ya que estas lo habían privado de ser campeón en el 79 en favor de Scheckter. “Es muy grave. Me ha robado una victoria. A partir de ahora lucharé con él como con cualquier otro monoplaza. Haré mis propias carreras. Le he declarado la guerra. Nunca más volveré a dirigirle la palabra”, juró.

Sin embargo, no todas las versiones apuntan en esta misma dirección ya que John Hogan, por entonces un destacado hombre de marketing a cargo del patrocinio de Marlboro y gran amigo de Didier, considera absurda la teoría de las órdenes de equipo.

“La idea de que tenían un acuerdo que Pironi no cumplió es una chorrada. Ninguno de los dos habría aceptado nunca lo que era perder una carrera. Entonces, ¿por qué Villeneuve salió con ese virulento ataque contra Pironi? Creo que a Gilles le dejó anonadado que alguien le hubiera superado y simplemente le pilló desprevenido”.

 

 

Pero lo cierto es que el diablo ya había elegido aquella fría tarde de Imola para repartir las cartas que marcarían el devenir del campeonato de 1982. Y tan solo quince días después de la presunta traición, durante las sesiones previas al Gran Premio de Bélgica en Zolder, Villeneuve sufriría el fatal accidente que acabó por costarle la vida. Doblegado de nuevo por Pironi, Gilles trató de superar a toda costa el crono del francés con unos neumáticos severamente castigados. Arriesgó al límite sin más motivo que arrebatar la pole a su compañero pero no lo logró, por lo que desde el muro recibió la señal de ‘in’ para regresar al garaje en la vuelta siguiente. Todavía hoy en día se desconoce si Villeneuve buscó un imposible intentando efectuar una nueva vuelta o simplemente decidió regresar al box a velocidad de clasificación. La realidad es que se encontró de pronto con el monoplaza de un Jochen Mass que realizaba su vuelta de calentamiento y que se apartó correctamente de la trazada para dejar pasar al canadiense. No se entendieron y el resto simplemente es historia.

Ni Pironi ni el resto de componentes la Scuderia se encontraban con fuerzas para correr en Bélgica y Enzo Ferrari decidió mandar a sus chicos de vuelta a Maranello antes incluso de la disputa del Gran Premio. Tras eso, Didier se rehízo como pudo para subir al podio en Mónaco y Detroit.

El campeonato volvía a estar al rojo vivo, pero apenas un mes más tarde, la tragedia llamaría de nuevo a la puerta del francés. Sería en Canadá, en el antiguo circuito de Notre-Dame, curiosamente rebautizado en honor a Villeneuve. 

En medio de la  hostilidad y de las críticas generalizadas que lo señalaban como el culpable indirecto del accidente de Gilles, Pironi marcó una nueva pole y aseguró a la prensa que esta habría sido para Villeneuve de haber estado presente. El domingo, su 126/C2 se quedó clavado en la salida debido a problemas técnicos. Todos consiguieron evitarlo. Todos menos el italiano Riccardo Paletti, que impactó con violencia contra el Ferrari. Tras el golpe a más de 200 km/h el Osella de Paletti se incendió en unas de las imágenes más espeluznantes que se recuerdan. El piloto fue trasladado en helicóptero al hospital. Los médicos no pudieron hacer nada por él y falleció pocas horas después. Era su segunda carrera en la Fórmula Uno.

Una vez más, Didier luchó con todos los medios a su alcance por recomponerse. Tras varias carreras corriendo en solitario, tomó parte activa a la hora de escoger el sustituto de Villeneuve y recomendó a Enzo Ferrari la contratación de Patrick Tambay. ‘Il Commendatore’ accedió y Didier tuvo la valentía de llamar personalmente al que fuera uno de los grandes amigos de Gilles. Así, con Tambay como escudero, llegaría una nueva victoria en Zandvoort quince días más tarde a la que se sumaría un segundo puesto en Brands Hatch. Ambos resultados valían nada menos que la primera posición en el mundial. Un liderato que se vio fortalecido gracias a un nuevo podio en Francia. Pero su Gran Premio de casa sería también el último.

El accidente de Didier en Hockenheim se produjo tan solo tres meses después del de Villeneuve y uno del de Paletti. No le costó la vida, pero dio por finalizada la carrera del francés al destrozarle literalmente las piernas en una época en la que el eje delantero de los monoplazas se situaba por detrás de las rodillas.  Fue macabramente similar al de Gilles, no solo en las formas, sino también en el fondo. Ambos eran corredores románticos que pilotaban con la misma pasión, entrega y precisión con la que un pintor pinta un cuadro. Pero ninguno necesitaba arriesgar. Mucho menos demostrar nada a nadie. 

Alain Prost y  Didier Pironi competían en aquella época por un premio añadido: ser el primer campeón francés de la historia. Puede que resulte imposible evitar al destino, pero lo cierto es que el hecho de que Alain fuese el elegido para cruzarse aquella tarde en su camino no supuso más que otra trágica vuelta de tuerca. Como también lo fue el que Pironi lograse salvar la vida gracias al accidente de Gilles, ya que los refuerzos en el chasis introducidos por Ferrari lo mantuvieron anclado al monoplaza tras nada menos que seis vueltas de campana. Seis vueltas contabilizadas y relatadas por el propio Prost, que observó desde su cockpit como Didier se elevaba a la altura de las copas de los árboles antes de iniciar el fatídico descenso que pondría fin a su carrera. Pero Alain tampoco lograría aquel campeonato ya que una disputa interna con el también francés René Arnoux por la hegemonía del equipo Renault le privaría de sus opciones. Así que fue Keke Rosberg quien se hizo en 1982 con un título que Didier sentía como propio. El primer y único que ha logrado un piloto con una sola victoria hasta la fecha. Rosberg aventajó a Pironi por solo cinco puntos, habiendo disputado otras tantas carreras más. 

Tras eso, Pironi trató de regresar a la Fórmula Uno por todos los medios. Se sometió a 31 operaciones pero su pierna estaba demasiado castigada para asumir semejante reto. Ante la frustración, decidió refugiarse en la motonáutica, hasta que un fatídico 23 de agosto de 1987 otro terrible accidente termino de completar una historia maldita. Dejó una ex esposa embarazada de gemelos a los cuales jamás pudo llegar a conocer. Sus nombres… ¿adivinan? En efecto, Gilles y Didier.

4 comentarios
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03 Dic 2013 - 17:21
#3 Un placer releer sobre esta cinematográfica historia llena de coincidencias y extrañas casualidade ... Ver comentario
El placer es mío! Gracias por tener la paciencia de leerlo! ;))
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03 Dic 2013 - 14:23
Un placer releer sobre esta cinematográfica historia llena de coincidencias y extrañas casualidades. Es curioso ese enterno enfrentamiento entre lo británico y lo latino en esto de a F1. Gran trabajo, Yago.
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